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Maestro de profesión, escultor de oficio —ambas cosas por vocación—, naturomaníaco y arborícola —por convicción—. Así se define el artista Federico Gómez, cuya obra escultórica puede verse hasta el 3 de mayo en el Real Monasterio de Santa María de El Paular.
Los árboles figuran entre los compañeros más constantes y más variados de la humanidad. Desde el baniano sagrado de la India hasta el fragante cedro del Líbano, nos ofrecen refugio e inspiración (por no mencionar las materias primas para la fabricación de todo tipo de artículos, desde aspirinas hasta seda, lanzaderas espaciales o líneas telefónicas).
En su anterior libro, David George Haskell narraba lo que vio, oyó y sintió tras pasarse un año entero sentándose cada día en la misma piedra del mismo bosque. Inesperadamente, ese trabajo le hizo ganar fama mundial y los premios más prestigiosos, además de miles de lectores en todos los idiomas.
Las plantas, y especialmente los árboles, carecen de una forma final fija. Su aspecto, más que por la especie, viene determinado por unas pautas de crecimiento y las condiciones ambientales en las que crecen, pues, al vivir anclados al suelo, no tienen más remedio que aguantar y adaptarse a su ecosistema.
